lunes, 16 de diciembre de 2013

Mi amigo Antonio




Lo conocí en el Instituto. Yo tenía dieciséis años, él dieciocho. Yo era estudiosa, poco sociable, algo rarita, habitante de la biblioteca municipal, aunque los fines de semana salía con mis mejores amigas a bailar o al cine, mis dos grandes pasiones además de la lectura.
Él era alto, guapo, distante, diferente. Tocaba la guitarra, quería ser músico, estaba deseando salir del pueblo para no volver. Nunca pensé que pudiéramos ser amigos; Antonio era demasiado guapo, todas las chicas estaban locas por él. A mí, simplemente, me intrigaba.
Nos conocimos preparando el festival de Navidad de hace cuarenta años, de 1973. Yo tenía buena voz, él tocaba todas las canciones que me gustaban. A partir de ese diciembre, y hasta que los dos nos marchamos de Elda, fuimos casi inseparables. Recuerdo domingo tras domingo de cafés y paseos y conversaciones; de oír música y hacer planes; de imaginar futuros esplendorosos, creativos, plenos. Compusimos algunas canciones, él la música, yo la letra, en inglés y en español. Él era un “glam child” o quería serlo, en la estela de David Bowie, de Lou Reed. Yo amaba las letras profundas, complicadas, hermosas, los cantautores. Antonio me descubrió a Leonard Cohen cuando yo ya estaba estudiando en Valencia y él vivía en Madrid. Vino algunas veces a verme, a charlar, a soñar, a bailar juntos en las mejores discotecas. Era un buen bailarín y un loco maravilloso. Nos queríamos profundamente, con ligereza, con liviandad. Nos escribíamos. Podían pasar meses sin que nos viéramos y, al encontrarnos, todo era como siempre. Él era la araña de Marte, yo su Lady Stardust.
Los dos estuvimos en el extranjero, pero no juntos; sólo nos unían las cartas que nos escribíamos. Yo me enamoré de Klaus y empecé a hacer planes para marcharme a Austria. Él, un día, me contó lo que yo sabía desde hacía mucho tiempo y él, decía, había descubierto recientemente: que se había enamorado de un hombre que también lo quería.
Lo celebramos en un breve encuentro, los dos solos, como en los viejos tiempos. Luego la distancia empezó a separarnos. No había internet, ni móviles, ni redes sociales. Nos escribíamos alguna vez. Llegó a conocer a mi hijo. Su pareja murió, y un tiempo después volvió a enamorarse; llegué a conocer a su nueva pareja. Luego nos perdimos de vista otra vez. Su vida no fue fácil pero nunca perdió la sonrisa y la capacidad de querer, la generosidad de ayudar.
Habíamos pensado vernos este verano próximo, 2014, después de más de diez años, aunque él insistía en que no quería que lo viera ya tan mayor, tan desmejorado. ¡Como si esos años sólo hubiesen pasado para él!
El viernes recibí un Whatsapp de una gran amiga común: Antonio había muerto de un infarto cerebral.
Curiosamente, me llamó la atención que en el post anterior yo hablaba de la suerte de estar vivo.
Llevo todo el fin de semana dándole vueltas a lo absurdo de su muerte; me acuden constantemente imágenes de nuestro pasado común. Lo veo bailando en Le Paradis, oigo el Transformer, de Lou Reed, tarareo Kookies, Starman, de Bowie, canciones que cantábamos a voz en grito por las calles desiertas. Nunca consiguió alcanzar sus sueños en la música, pero amó mucho y fue muy amado.
Con él se va un gran pedazo de mi historia que ahora tendré que cuidar por los dos, para los dos. Ahora narraré nuestra historia común sin que él pueda contradecirme con su sonrisa de duende. Hay un lugar en mí que pertenece a Antonio. Si los fantasmas pueden volver, ahí tiene su casa. Lo sigo queriendo. La muerte no tiene nada que ver con el amor.
Murió un viernes 13. El trece del doce del trece. Siempre fue un original. Creo que le habría gustado.

martes, 10 de diciembre de 2013

Estar vivo




Hoy he empezado el día con un tuit que decía: “Buenos días! Todos los que leéis esto habéis conseguido estar vivos un día más :-) Es una gran suerte. Enhorabuena! Disfrutadlo!“
Sé que suena imposiblemente optimista para una vulgar mañana de martes, y tengo que confesar que yo tampoco soy de las que empiezan el día saltando de la cama con un subidón de energía y la sensación de que podría arrancar árboles de cuajo. Me fastidia que suene el despertador, me fastidia estar siempre pendiente de la hora, me fastidia abrir los ojos y que aún esté oscuro y haga frío y, sobre todo, me fastidia que no me apetezcan la mayor parte de faenas previstas para ese día que empieza.
Pero por otra parte, en cuanto pienso en toda la gente que en ese mismo momento no tiene que despertarse porque ha pasado la noche en blanco en una cama de hospital, o que abre los ojos en una residencia de ancianos pensando en cuántos días más le quedarán de ver amanecer, o la gente que ya ni siquiera está entre los vivos... entonces se me ocurre la suerte que tengo de haber llegado hasta aquí, de tener un nuevo día por delante, aunque no sea de vacaciones en una isla paradisiaca, aunque tenga que hacer cosas que no me gustan o tenga que enfrentarme con personas desagradables.
La vida, como la juventud o la salud, es una cosa que todos damos por hecha, que nos parece evidente y que no solemos apreciar mientras la tenemos. Sin embargo se trata de una suerte inmensa, de un regalo que nos tocó sin más, sin merecerlo, sin esforzarnos. El espermatozoide que, junto con el óvulo, hizo que cada uno de nosotros fuera el que es, ganó aquella carrera y desde entonces tenemos la posibilidad de abrir los ojos cada mañana y percibir el mundo de alrededor con todos los sentidos. Durante un tiempo limitado, claro, ya que llegará un día en que amanezca  y el mundo siga adelante sin que nosotros estemos ya presentes.
Por eso el simple hecho de despertarse y sentir, y saber que uno sigue siendo uno mismo (sí, ya sé que a veces es lo que menos apetece; que uno preferiría ser otro, aunque sólo fuera para estar en otras circunstancias) es algo para dar saltos de alegría en cuanto uno se hace consciente de ello.
Y si además no te duele nada (o casi) y puedes desayunar y sale agua caliente del grifo, ya ha empezado bien ese día único en tu vida. Aunque sea martes, aunque los periódicos te machaquen con la infecta realidad de lo que está pasando, aunque la gente no esté de humor y no te devuelva la sonrisa.
Estás vivo. Aún. Otro día más. ¡Enhorabuena!

domingo, 8 de diciembre de 2013

Bienvenidos


El 1 de noviembre de 2010 escribí el post final del blog que había estado llevando en la editorial Edelvives, mi despedida después de dos años y medio de escribir entradas y relacionarme a distancia con unas cuantas personas, algunas de ellas desconocidas para mí, que al paso del tiempo se me fueron haciendo familiares y queridas.
Me dio lástima dejarlo, la verdad, y desde entonces he estado pensando en volver a llevar un blog sin decidirme a hacerlo. Tengo que confesar que la falta de conocimientos prácticos para crear ese hipotético blog era el mayor obstáculo en mi camino.
Por eso ahora que con la ayuda de dos buenas amigas –generosas y pacientes, además, con una negada informática como yo– tengo montada una página donde puedo intentar aclararme yo sola y escribir textos con la esperanza de que lleguen más allá del estudio donde trabajo, voy a lanzarme con entusiasmo; voy a echar mi botella al mar, a ver si alguien la recoge, la abre y lee el mensaje.
Mis intenciones son muy sencillas: escribir de vez en cuando lo que en ese momento me interese o me preocupe; compartir con los que se interesen por las mismas cosas que yo, y estar en contacto tanto con conocidos como con personas que aún no conozco al natural. Además pienso abrir una sección llamada Anima Mundi (en alguna pestaña separada), donde voy a ir añadiendo noticias y cosillas que no he puesto en ninguna de las tres novelas; algo así como “bonus tracks” o material adicional para los aficionados a la trilogía. Y si con el tiempo los lectores tenéis interés en algo especial, podéis comentarlo, preguntarme o incluso expresar deseos para nuevas escenas con vuestros personajes favoritos. Me figuro que, juntos, ya se nos irán ocurriendo cosas.
Mientras tanto sólo quería declarar inaugurado este blog, daros las gracias por vuestro interés y, por supuesto, enviar un agradecimiento público y gigante a mis dos hadas madrinas Carmen Moreno y Melania Dueñas, que me han cumplido este deseo antes incluso de que lleguen la Navidad y los Reyes Magos.
¡Bienvenidas! ¡Bienvenidos! Pasad, pasad, estáis en vuestra casa.