Este fin de semana he leído un artículo en el New
York Times del 7 de enero (voy atrasada, lo confieso; se me amontonan las cosas
por leer) que no se me va de la cabeza porque presenta una novedad que a los
escritores nos puede cambiar mucho la forma de trabajar en el futuro y no estoy
nada segura de que me guste la idea. Es más, sé que no me gusta, pero quiero
darle una oportunidad porque todo nuevo desarrollo tecnológico merece, en mi
opinión, al menos un tiempo de reflexión antes de ser condenado. Por eso estoy
escribiendo esto, para aclararme yo y para ver qué pensáis vosotros.
Resulta que, ahora que ya se pueden leer libros en
e-readers, y almacenar la información sobre cómo son leídos esos libros
(deprisa, despacio, linealmente, a saltos, etc.) han surgido unos “servicios”
que ofrecen lectura a un precio increíble a cambio de información por parte de
los lectores.
Me explico:
Este verano Smashwords cerró un trato para poner
225.000 libros en Scribd, una biblioteca digital con un servicio de suscripción
que comenzó a funcionar en octubre pasado. Oyster es un servicio parecido
basado en el área de Nueva York, y la cosa funciona así:
El lector se suscribe, paga una cuota
mensual de 10 dólares y, a cambio, puede leer todo lo que quiera de entre los
libros que están en esa biblioteca digital. Por supuesto es consciente de que
sus costumbres de lectura quedarán registradas y serán pasadas posteriormente a
los escritores que paguen por conseguir esos datos. De ese modo, todo autor puede
enterarse en detalle de cómo se lee y se recibe su texto: puede saber cuántos
de los lectores que empiezan a leer su novela la acaban realmente; dónde dejan
de leer, con qué velocidad leen, qué pasajes leen más rápido, o más veces; qué
pasajes se saltan...
El escritor puede darse cuenta, pongo como
ejemplo, de que cuando sus personajes empiezan a reflexionar, la mayor parte de
lectores se salta los monólogos interiores; que cuando pone una escena erótica
o una escena de tortura, o una declaración amorosa, hay muchos lectores que la
leen dos y tres veces; que cuando se amontonan los misterios y aún quedan
muchas páginas, la mitad de los lectores se va directamente al final.
¿Eso es bueno o es malo?
Los inventores del asunto, evidentemente, dicen
que con esta “ayuda” los libros serán cada vez mejores porque los autores
sabrán exactamente qué quiere su audiencia.
Yo no creo que un libro vaya a ser mejor por darle
a los lectores exactamente lo que quieren. Si el escritor no se arriesga, no
prueba cosas nuevas, no intenta variar, sorprender, incluso tomar el pelo o
engañar a veces a su lector, acabará repitiendo los mismos esquemas una y otra
vez. Y soy consciente de que muchos lectores quieren exactamente eso: más de lo
mismo; series con los mismos personajes enfrentados a problemas ligeramente
distintos. Pero pienso que debe haber hueco para los escritores que queremos
cambiar en cada novela, aunque nos arriesguemos a perder a algunos lectores que
habían disfrutado de la anterior y sin embargo no se entusiasman con la nueva
porque es otra cosa muy distinta.
Dentro de poco, se rumorea, Amazon empezará
también a ofrecer este servicio a los lectores y pronto, lógicamente, empezará
a ofrecer a los escritores la posibilidad de comprar la información obtenida.
La tentación es grande. Estoy segura de que muchos escritores lo comprarán
(¿compraremos?) aunque sólo sea una vez, aunque sólo sea “por curiosidad”, para
ver qué les ha gustado más, qué les ha aburrido, si han terminado tu novela, si
la han dejado ya en los primeros capítulos...
Y entonces, después de haber cedido a la
curiosidad, y de haberle pagado a la empresa que ofrece estos servicios, y de
saber (o creer saber) qué quiere tu público... entonces ¿qué? ¿Empiezas a
quitar reflexiones, o descripciones, o escenas en las que sólo salen mujeres?
¿Empiezas a añadir violencia, o romanticismo? ¿Quitas páginas? ¿Quitas
misterios? ¿Pones más escenas en lugares exóticos? ¿Fuerzas el final feliz?
A mí, la verdad, no me gusta la idea.