Como el pensamiento va por libre y hace lo
que quiere, yo llevo un par de días dándole vueltas a una cuestión que nunca me
había interesado particularmente y ahora, de golpe, me viene a la cabeza una y
otra vez: ¿por qué escribo? ¿Por qué dedico horas y horas de mi limitado tiempo
sobre la Tierra, de mi única vida, a escribir ficciones, historias inventadas
de personajes inexistentes? ¿Por qué me importan esas historias y esos
personajes? ¿Por qué hay otras personas a las que también les importan?
Esto, claro, es una cuestión secundaria y tiene
una explicación más sencilla. Como yo también soy lectora y derivo un gran
placer de la lectura, puedo comprender que a uno le importen y hasta le
preocupen los problemas de seres que no han existido nunca y que disfrute de
las ficciones que otras personas se han molestado en crear. Creo saber por qué
leo. Pero eso no resuelve la primera cuestión. ¿Por qué escribo?
Yo no escribo por altruísmo, para hacer felices a
otros posibles lectores; me gusta que suceda, claro, pero no es mi motivación
primaria. Tampoco escribo para que me quieran, como decía Scott Fitzgerald,
opinión que comparten muchos otros escritores. Sé seguro que la gente que me
quiere me querría igual si dejara de escribir. Incluso al principio, en mi
adolescencia, llegué a sentir lo contrario: un vago temor de que mi familia y
mis amigos me quisieran menos o dejaran de quererme al averiguar qué cosas tan
raras se ocultaban en mi cerebro. Y sin embargo seguí escribiendo.
Definitivamente no escribo por vanidad ni para que
mi ego se sienta mejor: vivo lejos, no acudo a tertulias de televisión, ni voy
a cócteles y presentaciones. Todo el “ego boosting” que recibo es por escrito,
a través de reseñas, comentarios o e-mails y creo que eso no le bastaría a
nadie para pasarse varias horas diarias encerrado en casa poniendo una palabra
detrás de otra. Tampoco escribo por dinero. Me gusta que me paguen por mi
trabajo, evidentemente, y siempre me hace ilusión vender una novela y que la
compren en otros países y que me den mis royalties cuando procede pero,
si fuera sólo para ganar dinero, hay muchas formas más efectivas y menos
solitarias de hacerlo. Aparte de que llevo más de veinte años escribiendo
profesionalmente y sólo hace diez que podría vivir de ello, lo que deja claro
que ganar dinero no puede haber sido mi motivación.
Ni escribo para comunicar una “verdad”, ni para
abrirle los ojos al mundo, ni para hacer proselitismo de nada. Si fuera ese mi
interés, habría entrado en política o me dedicaría a la publicidad o habría
fundado una religión.
Y, además, la posteridad me importa un pimiento.
Me parecería horrible que un plan de estudios obligara a estudiantes del futuro
a leer mis novelas o mis cuentos. No necesito tener calles a mi nombre ni me
apetece que coloquen un busto mío en un jardín con palomas, esos bichos
asquerosos sin expresión.
Así que... ¿por qué lo hago?
Descartado (o casi) todo lo anterior, me temo que
sólo me queda una respuesta: porque me da placer escribir, porque disfruto
haciéndolo. Pero hay muchas otras cosas que me dan placer y, sin embargo, no
les dedico tantísimo tiempo ni tantísimo esfuerzo. Me gusta dibujar del
natural, y hacer yoga, y salir a caminar durante horas, y bailar, y cocinar
platos complicados, y me encanta el cine... pero todo eso se queda para los
ratos libres, después de escribir, no en lugar de ello.
¿Será para poder vivir más vidas que sólo la mía,
tan pequeña, tan “normal”? ¿Será para averiguar qué hay dentro de mí, dentro de
otros seres humanos? ¿Será porque no puedo evitarlo, porque las ideas y las
historias surgen en mi interior como burbujas de cava y tengo que sacarlas para
que no me vuelvan loca?
Si leéis esto, y también escribís, ¿sería mucho
pedir que me digáis por qué lo hacéis vosotros?
Estoy segura de que me ayudaría mucho.
Creo que escribo por motivos muy parecidos a los que cuentas. Si no, no tendría sentido robarle tiempo a la familia, a los amigos, a la vida, para hacerlo.
ResponderEliminarEscribo porque no puedo evitarlo. Porque forma parte de mi vida tal y como la concibo. Tengo tantas ideas devorándome la cabeza que necesito volcarlas para no volver a pensar en ellas. Si no lo hiciera sé que terminaría desquiciado.
O sea, que en la base, no es una decisión libre. Es una compulsión, una medida higiénica... lo hacemos porque no podemos dejar de hacerlo...
EliminarMi amigo Rolando Hinojosa-Smith, también escritor, me decía en la Semana Negra hace anyos: "Piensa siempre que si escribes, no le importa a nadie; si no escribes, tampoco. Sólo es asunto tuyo."
Otra pregunta al hilo de tu respuesta: si pudiéramos reunirnos unos cuantos de nuestra cuerda, periódicamente, para contarnos nuestras historias tomando unas cervezas, se nos pasaría la necesidad o tendríamos que escribirlas de todas formas?
Lo que dice Rolando es totalmente cierto. Escribir es algo íntimo, aunque soy de los que les gusta compartir el proceso con otros autores y hablar y hablar sobre el proceso creativo.
ResponderEliminarY en mi caso concreto no bastaría con narrar la historia. Necesito también el cuidado estético de la obra escrita. Volcarme no sólo en la historia, sino en la forma de narrarla, en el estilo, en las palabras. Vamos, que me tiro más tiempo revisando que escribiendo :)
A mí me pasa que si la cuento oralmente, lo más probable es que deje de interesarme escribirla. Supongo que necesito sorprenderme a mí misma y al lector.
EliminarLo de revisar es, para mí, la peor parte. Cuido mucho lo que escribo y corrijo siempre las diez o doce últimas páginas antes de avanzar en el texto nuevo pero, cuando está todo escrito, ponerme a leer desde el principio me parece muy pesado. Preferiría empezar directamente a narrar otra historia.
Ahí es donde entra la profesionalidad: respiro hondo y empiezo a leer de nuevo, a ver de mejorar lo que ya está básicamente listo.